Desde las sombras de la cárcel de El Abra, uno de los penales de máxima seguridad en Bolivia, el exgeneral Juan José Zúñiga rompe su silencio después de ocho meses de encierro. Acusado de terrorismo y alzamientos armados tras el intento de golpe de Estado del 26 de junio de 2024 en la plaza Murillo, Zúñiga asegura que sus acciones fueron motivadas por un profundo amor a la patria.
“Lo hice por la patria”, responde con firmeza cuando se le pregunta sobre aquel día en el que irrumpió con tanquetas y policías militares en el corazón político de Bolivia. Con gestos nerviosos y un tic en las piernas, el exmilitar evita profundizar en el tema, pero deja claro que no se arrepiente. “Yo sé lo que ha pasado, se va a saber la verdad. Se va a saber en su momento”, añade, confiado en que la historia lo absolverá.
En la cárcel, Zúñiga no pasa desapercibido. Aunque insiste en que “esto no es un cuartel”, muchos reclusos lo tratan como si aún fuera su comandante. Lo saludan con respeto, le ayudan con sus bolsas e incluso lo llaman “mi general” desde las rejas. “Por un pan pueden matar… es el hambre del preso”, comenta mientras reparte alimentos entre los internos, un gesto que refleja su liderazgo incluso tras las rejas.
Su celda, ubicada en el sector de los reos más peligrosos, es estrecha y lúgubre, pero cuenta con comodidades que otros no tienen: un catre militar, baño privado y hasta dos radios que lo mantienen informado. “Estoy en Bolivia, no en Estados Unidos, como dicen en las redes”, bromea, desmintiendo rumores sobre su paradero.
Zúñiga aprovecha el encierro para escribir sus memorias, que planea publicar bajo títulos tentativos como “Mi Lucha” o “Las Razones de mi Lucha”. Entre sus lecturas destacan libros como “El Petróleo en Bolivia” de Sergio Almaraz, que refuerzan su convicción de que el país ha sido saqueado históricamente. “Somos el espejo de África: ricos, pero pobres. La riqueza nos condena a la crisis social”, reflexiona.
A pesar de su situación, el exgeneral se mantiene optimista. “La cárcel es una escuela de la vida”, afirma, y asegura que incluso en prisión puede servir a la patria. Con su boina negra y sus tres estrellas doradas, Zúñiga se aferra a su identidad militar: “El militar muere como militar”.
Sin embargo, no oculta su amargura al hablar de los amigos que lo abandonaron. “Cuando era Comandante del Ejército tenía miles de amigos. Cuando llegué aquí, desaparecieron todos”, lamenta. Solo su familia y sus perros, que dejaron de comer cuando fue detenido, lo han acompañado incondicionalmente.

Zúñiga confía en que recuperará su libertad y, cuando eso ocurra, su primer acto será abrazar a los suyos. Mientras tanto, desde su celda en El Abra, sigue defendiendo su legado y su lucha por Bolivia. “La patria no se toca”, sentencia, recordando el lema que marcó su carrera y que, según él, lo llevó a prisión.
Al final de la entrevista, el exgeneral escribe unas breves palabras en un pequeño libreto y estampa su firma, como un testimonio más de su inquebrantable convicción.


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